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Viajeros Interdimensionales en el desierto de Wirikuta: entre Hikuri, el Venado Azul y la Consciencia Cósmica

Actualizado: 8 mar 2024


Estuvimos en el desierto de WIRIKUTA conviviendo con el Abuelo Hikuri en su hábitat natural y, por la devoción con la que íbamos, nos permitió verlo en todo su esplendor. Mis amigos Akasha, Flagante y yo nos aventuramos en un roadtrip desde Ciudad de México hasta San Luis Potosí, al día siguiente del Festival HIPNOSIS (acá la experiencia https://www.facebook.com/100063097232263/posts/699694548810447/?app=fbl ), en un viaje lleno de canciones, humo, escritura y mucha introspección.

Caminábamos horas y horas y horas mirando en el horizonte el Cerro del Quemado pero, por más que caminábamos, parecía que nunca nos acercábamos. Su imponencia es majestuosa y descomunal. Como no íbamos con intención de depredar sino de observar y hablar con el desierto, el Abuelo Hikuri nos guió, después de muchos días de caminatas por varias zonas entre Wadley y Real de Catorce, hasta una zona donde el peyote crecía felizmente en familias de 15, 20, 30 cabezas antíquisimas del Cacto Sagrado.

Mi amiga Akasha es experta en cactus y determinó que tenían más de 150 años. El resto de los alrededores está depredado por turistas internacionales y marakames. Pero esa zona no había sido pisada en más de 100 años, se sentía en el aire. Fue solemne.

"We are dimensional travelers!", repetía con emoción nuestro amigo Nir, que había viajado desde Israel hasta México para conocer el Hikuri.

Pero otro día en una caminata por Las Ánimas le cayó un chico en una moto con un pequeño niño al frente de anchos lentes negros. Nos pidió "cooperación" para el ejido, aunque se veía muy, muy chilango (de la CDMX). El pequeño niño de las gafas comenzó a repetir todo lo que decía el wey de la moto: "dónde, ehh... vienen?, ¿suya, ehh... troca?", "¿Ehh, ustedes dónde... quedando?".

Sabíamos muy bien que nos estaba taloneando (como se dice coloquialmente en CDMX cuando algún desconocido en la calle te cierra el paso para pedirte dinero) y que no pertenecía al ejido porque, como dije, se le notaba lo chilango. "Acuérdense que este lugar es sagrado y que si agarran medicina, la medicina es ilegal, ehh", decía y decía el tipo para amedrentarnos. Les dimos una ofrenda para que se fueran. El niño, que parecía un Pokémon, se acomodó las gafas oscuras y repitió después de su papá: "Muchas gracias, tengan, sí, güen día" y ambos se perdieron en el horizonte entre las yucas y los matorrales.

Esa noche nuestro amigo Nir nos contó que no tenía ni idea de que el peyote era ilegal y ahora estaba asustado. Él había llegado 15 días antes que nosotros a hospedarse en el hostal de Silvino (Nir le llamaba Silvano), un lugar muy conocido en el poblado de Wadley, con apenas 500 habitantes. Nir estaba preocupado y nos mostró varias cabezas de peyote que cortó, dijo que había intentado el viaje pero el sabor no le permitía seguir comiendo y no alcanzaba a tener ninguna experiencia.

Entre Flagante, Akasha y yo le explicamos sobre el absurdo tema de la ilegalidad que hay detrás de todas las Plantas Sagradas, sobre lo delicado que es pues hay facilitadores de medicina presos y sobre la ignorancia en la que permanece el pueblo mexicano ante este Enteógeno. Nir había venido desde Israel sólo para conocerlo, así como otra chica de Grecia y una más de Eslovenia.

Mi amiga Akasha le explicó a Nir sobre las microdosis y cómo el Abuelo Hikuri ya estaba actuando en su cuerpo aunque fuese imperceptible. Le dijo que nosotros no teníamos intención de comerlo (habíamos llevado Honguitos para consumirlos en el desierto y así convivir con el Espíritu del Hikuri, los Honguitos crecen en unas cuantas semanas mientras que al cacto le toma décadas, hasta siglos desarrollarse), pero que esas cabezas de peyote se iban a echar a perder si no se consumían. Y entonces, como la mujer de conocimiento que es, Akasha preparó los gajos de Hikuri con cacao, canela y naranja en una olla de barro. Le llamó Chocoyote e invitó a todos los del hostal a probarlo. Sin saberlo, estaba abriendo la llave de la Consciencia a quienes habían irrumpido sin respeto en el desierto y habían consumido indiscriminadamente por ignorancia previa.

"El estudio del Kabbalah es algo muy profundo y complejo, toma años de preparación siquiera comenzar a comprender lo que es Kabbalah", relataba Nir durante el viaje ante la fogata.

Entre nosotros hablábamos en inglés porque era el idioma que todos entendíamos, pero no era el idioma nativo de ninguno. Por eso cuando le preguntamos a Nir, de descendiencia judía e idioma hebreo, cómo traduciría la palabra Kabbalah dijo:

"Kabbalah es algo que no se puede describir, que está más allá de todo lo que se puede conocer con la conciencia o los sentidos".

"Ahhhh, como el Nagual. En el conocimiento ancestral tolteca, lo Nagual es todo lo infinito desconocido", dije, "lo que sólo es asequible para el espíritu".

"¡¡Eso es Kabbalah!!", dijo Nir sorprendido.

"¡¡Eso es Nagual!!, dije yo.

"Eso es Tao", dijo un japonés que acababa de llegar.

Y descubrimos que el conocimiento siempre ha sido el mismo, sólo han cambiado las palabras que cada sabio usó para plasmarlo. Nietzsche lo supo y leyó mil libros; Don Juan Matus lo supo y no leyó ninguno.

Al final de ese viaje que le cambió la vida a todos, que los llenó de esperanza y Amor, cada uno resumió que el hostal de Silvino era como una Gas Station del Alma, y que los viajeros interdimensionales iban ahí a recargarse, a estar consigo mismos, a auto-resolverse.

La Gasolinería del Alma, el hostal de Silvino en Wadley es un sitio fuera del tiempo y del espacio donde los múltiples nómadas de muchos rincones del mundo se encuentran, todas las culturas confluyen en su patio circular rodeado de murales dedicados al Venado Azul. Ahí estuvimos, ideando, creando y escribiendo durante muchas noches, contemplando el cielo estrellado del desierto de Wirikuta.


consciencia

 
 
 

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