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El Susurro de la Jungla: Aventuras y Revelaciones en el Corazón de la Naturaleza

Fue recibida por miles y miles de hojas. Delante de ella había un exótico bosque repleto de flores, lianas y enredaderas. La luz del atardecer disminuyó bajo el techo de ramas creado por los árboles frutales. Sirena escuchó un ruido y volvió la vista hacia la sábila.


Detrás de la planta había un conejo blanco, la miraba con ojos inyectados en sangre. Por un segundo, a Sirena le pareció verlo guiñar antes de dar el salto para desaparecer tras la ruda que, al menearse, despidió un escandaloso aroma. Sirena siguió al conejo, marchó explorando como cuando era niña, mochila gigante en hombros, a través de la maleza. Había recorrido tantas veces ese jardín pero, por primera vez, estuvo consciente de que todo ahí estaba vivo.

[...]

Una gallina obstruyó su camino, cacareó tres veces y dio un picotazo en el suelo. La chica sintió que el ave la acusaba diciendo: “¡intrusa, intrusa, intrusa!”. Hizo seña de patearla y la gallina huyó despavorida. Sirena se internó donde la espesura incrementaba, saltó la raíz de un árbol e hizo a un lado una cortina de lianas para descubrir el corazón de aquella jungla.


Buganvilias colgaban del techo de ramas, había cactos por doquier, surrealísticos nopales se alzaban como guardias de un gigantesco maguey, con elegantes pencas terminadas en punta, que se enaltecía en el centro. Sirena comparó aquel lugar con un altar.

El maguey estaba rodeado de un círculo de plantas ordenadas por tamaño: cada planta era un poco más grande que la anterior, obedecían a una frecuencia ascendente. La más pequeña era apenas un brote y la más alta, de la estatura de Sirena. A primera vista, le pareció epazote.


“Bébeme”, oyó Sirena.


Su vista vaciló entre el conejo, que estaba mordisqueando el epazote, y el monumental maguey que acababa de hablarle. Se quedó pasmada. ¿Cómo pretendía ser bebido?

La oscuridad de la noche casi había devorado por completo la luz del día. Al escuchar ladridos, giró violentamente. Dos perros la acorralaron, uno era negro con una mancha blanca en el ojo; el otro, blanco con una mancha negra en el mismo lugar. Ambos le mostraron los dientes, amenazantes.


—¡Tonal! ¡Nagual! ¡Quietos! —se escuchó una voz que luego regañó al conejo blanco—: Guarumo, ¡deja de comerte la hierba risueña! Condenado conejo, te vas a poner bien pacheco otra vez…


Semejaba una oruga, encorvada y envuelta en varios chales, con falda larga y calentadores rosas en las piernas. Ahí estaba la abuela, ningún ruido anunció su llegada, fue como si la hubiese traído el viento. Se posicionó justo bajo la sombra de la planta que el conejo masticaba. Lucía tal como en la visión de Sirena.


★★★★★★


—Sigues siendo una exploradora, hijita. Nomás viste al conejo Guarumo y no pudiste resistir su hechizo.

—Pensé que me llevaría al País de las Maravillas. Y creo que sí, lo hiz… —Sirena abrió los ojos desmesuradamente para observar cómo la abuela sacaba una pipa alargada del bolsillo de su suéter tejido.

Incendió el contenido del cuenco con un cerillo de cocina e inhaló.

La hierba comenzó a arder.

—Eso que está fumando, ¿es…?

—Mota —respondió con parsimonia la abuela, como si le hubieran preguntado su nombre.


Olía a pasto quemado, sin embargo, había una delgada línea que la separaba del hedor y la posicionaba en el lado de las fragancias: ese humo no sólo era escandaloso para Sirena, también le parecía místico, tal como un incienso. No era como el del tabaco, sino más espeso, neblinoso, cargado de aquel fuerte aroma que se esparció por la estancia. Sirena empezó a notar imágenes en él: el ángel de piedra, el arcoíris de gas líquido y también la abuela, en el humo vio la enfermedad que se alojaba en su cuerpo. Se estremeció, pero no mencionó nada.

—Y dime, Josefina, ¿ya sabes quién eres tú? —la abuela le echó una gran bocanada en el rostro a Sirena.

—Soy… este instante. Soy un sentir —respondió la chica.

—Quizás eres más que eso y no lo has descubierto, hija —mencionó la anciana—. ¿Por qué ser un instante cuando puedes ser todos los instantes?

Se sentaron en el comedor. La abuela comenzó a sacar a flote recuerdos. Llamó a su nieta aventurera, contempladora, apasionada. Cada palabra que salía de su boca justificaba el comportamiento actual de Sirena. Sin enterarse, la abuela le dibujó un mapa de su niñez, que le explicó por qué ella era como era.

—¿Quieres un jarrito de pulque? —ofreció la anciana—. Te encantaba cuando eras niña.

—¡Pulque! No me acordaba del nombre. A ver…

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FRAGMENTO DEL LIBRO

Profundo Sativa, una obra sobre el placer y el alma, sobre el arte y el pulque, sobre la energía y la magia de volverse consciente, sobre estados alterados de conciencia y otras realidades, sobre brujería y xamanismo, sobre la sabiduría de los ancestros y los dioses antiguos, sobre 1968 y 2012, sobre Plantas Sagradas y Ganjah, la encarnación espiritual del cannabis, sobre el autoconocimiento, los Guerreros de la Luz y el poder de la Consciencia Cósmica, es una visión con los Lentes de la Eternidad en un libro salpicado de música que tomó 10 años en ser plasmado.


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